Es difícil saber cuanto has cambiado en los últimos años. Normalmente tienes que retroceder muchos años para darte cuenta de lo inmaduro que eras, que en ese entonces no sabías ni quien eras, ni lo que querías ser y mucho menos lo que querías para ti.
A día de hoy puedo decir que desde los 19 años no creo haber cambiado mucho, de hecho no noto que haya ninguna diferencia en mi, en la que a mi interior se refiere, desde aquel entonces hace ya cinco años y medio.
Lo que si se es que se lo que quiero para mi, se en lo que quiero trabajar y estoy trabajando en ello, la mayoría del tiempo, con todas mis fuerzas.
Me alegro de haber llegado a donde estoy, aunque estoy segura de que algunas puertas se cierren muchas más se abrirán y que porque una se cierre en toda tu cara no es el fin del mundo, aunque lleves dentro de ella tanto tiempo.
Entiendo que todos los baches, por duros que sean algunos, son solo para alcanzar el punto en el que no desees llamar a tus padres para pedirles consejo o para que te saquen de un apuro.
Creo que aunque estoy cerca aún me queda mucho camino por delante, y obviamente, como no soy perfecta, tengo que mejorar todo lo que pueda.
Mientras seguiré estudiando y abriendo mis brazos a todas esas puertas y ventanas que se abran ante mi con la esperanza de que lleguen buenos tiempo, porque ya es suficiente vivir una pandemia ¿no?
En resumen, la única constante son mis ganas de terminar de madurar, como la fruta.
Se despide, el capullito de girasol que empieza a orientarse hacia el sol.
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