Recuerdo perfectamente aquellos días, a pesar de que han pasado muchos años, cientos de años. Tengo buena memoria, no lo voy a negar, recuerdo con exactitud todos los momentos importantes y algunos no tan importantes.
Aylen, fue el ave fénix que me dio calor. Los ave fénix dan calor a los embriones de sílfides.
"Utiliza las alas para impulsarte, amor", me repetía Aylen, una y otra vez, pero con voz tranquila y paciente. Yo no entendía cómo se usaba, si había qué agitarlas o no, ¿por qué he nacido con alas?, me cuestionaba una y otra vez, lamentando el azaroso destino.
No elegí ser sílfide, no elegí vivir en el Bosque de los Ents, pero hoy puedo decir que estoy orgullosa de ser lo que soy y vivir donde vivo, aunque no siempre fue así.
"Una sílfide que no sabe volar". Una voz de un ave fénix se escuchaba a lo lejos. Me ponían tan nerviosa que mis alas se inmovilizaban con lo cual solo era capaz de levitar unos pocos metros de altura.
"No sabe impulsarse", decían otras voces lejanas.
No aguantaba más la vergonzosa situación, me paralizaba, y al quedarme quieta lo único que conseguía era volverme invisible.
"¡Lisis!", me gritaba Aylen, "no uses tu poder sin motivo", su voz empezaba a impacientarse. Aylen no parecía sospechar que me volvía invisible sin quererlo, por lo que no es que usase mi poder intencionadamente.
Aylen me reconoció tiempo después que nunca había visto una sílfide con tan poca magia, de hecho, ni después de mí ha existido una sílfide que naciese con tanta torpeza.
Yo era diferente a las demás. Mientras las demás estaban locas porque se las viese, tan gráciles, esbeltas y bellas, yo quería desaparecer y que dejarán de observarme con esa sonrisita que mostraba su poca confianza en mí.
"Hubiese sido más fácil nacer elfa", reconozco que pensaba a menudo.
No me gustaban mis alas porque indicaban que debía volar. Pero estas alas transparentes de libélula mías, irradiaban colores que se reflejaban en el cielo, me encantaba observarlo y jugar a colorearlo a mi antojo gracias a ellas. Me distraía fácilmente.
Aylen me miraba con ternura, confiaba en que aprendería, y sabía que había algo distinto en mí. Gracias a ella aprendí la magia de volar.
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