21 mayo 2022

El poder de sentir

Desde siempre he sido consciente más de mi entorno que de mi misma, es como si fuera una simple alma que se dejaba llevar, sin destino fijo y sin ninguna meta a la que llegar.

¿Cómo podía ser consciente de los sentimientos de los demás y no de los míos?

¿Cómo es que no ponía una barrera para poder vivir como una chica normal y corriente?

¿Por qué no era como las demás?

¿Por qué a mí?

Esas preguntas se arremolinaban en mi cabeza como un torbellino mientras el viento golpeaba con fuerza mi cuerpo.

Todo pasaba muy rápido a mí alrededor, aunque eso era lo normal.

A lo largo de mis años todo era igual, tanto que ya no podía soportarlo más.

¿Te imaginas lo que es sentir lo mismo que todas las personas de tu alrededor sienten al mismo tiempo?

Pues créeme cuando digo que yo lo sé, lo sé perfectamente.

No sé cuándo empezó, supongo que cuando comencé a poder recordar.

Al principio era genial, sabía quién era feliz, quien estaba teniendo el peor día de su vida o quien estaba anonadado mirando a su amor platónico.

Con el paso del tiempo todo empeoro, empecé a no poder controlarlo, se intensifico mi capacidad para percibir y con el tiempo se volvió insufriblemente doloroso ser yo.

Estar en un supermercado y que en tu cabeza haya cientos de sentimientos, todos diferentes, todos hermosos, todos inofensivos pero juntos destructivos.

Tras diecisiete años aguantando sin rechistar, sin quejarme, haciendo de tripas corazón, explote.

Ese día era mi cumpleaños número dieciocho, el día que mi día como adulta comenzaría, una nueva etapa para dejar atrás la anterior.

Era un día caluroso y radiante, como la mayoría de días del mes de julio, estaba atardeciendo y podía ver mi momento favorito del día a través de las ventanas de mi casa mientras, rodeada de mis familiares y escasos amigos, soplaba las dieciocho velas.

Últimamente habían muchos problemas, mis amigos habían sido novios después de muchos años de amistad, pero todo iba de mal en peor, y aunque en ese momento se encontraban sonriéndome, por dentro estaban furiosos, llenos de una ira que hacía que mi estómago se revolviera con descontrol.

Mis padres se odiaban, aunque a eso ya estaba acostumbrada, ya que llevaban años separados.

Y para rematar, en las vísperas de mi cumpleaños mi abuelo había muerto tras haber sido asaltado al salir del banco.

Todos se mostraban sonrientes, para aparentar una felicidad que no poseían, una felicidad que no sentían, una felicidad que se les escapaba como el agua entre las manos.

Sople las velas, deseando lo que desde que tenía uso de razón pedía todos los años.

Por favor, haz, quien quiera que seas, que deje de sentir todo los que sienten los demás, déjame ser libre, déjame ser yo misma, déjame ser feliz.

Pero nunca se cumplía.

Entre la revuelta que se provocó tras soplar las velas la gente se dispersó un poco y lo que empezó siendo charlas animadas se fue poniendo tenso por momentos.

En un intento de huida había salido a la terraza, en el doceavo piso donde vivía y desde el cual se veían todos los alrededores, desde el gran parque frente a mi casa, como el lejano lago y la más lejana playa.

Todo estaba teñido con los tonos del atardecer.

Mi rojo vestido se pegaba a mí por el sudor que provocaban las temperaturas de esas fechas y solo una idea vino a mi cabeza.

Acababa de averiguar cómo ser libre, como ser yo misma, como dejar de sentir.


En un segundo mi cuerpo se precipitaba al vacío, a mi alrededor todo pasaba muy rápido, pero por primera vez sonreía de verdad, sonreía de corazón mientras veía el lejano atardecer, sonreía mientras mi vestido se agitaba alrededor de mi figura, sonreía cuando deje de sentir, sonreía cuando morí.

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